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Sunday, September 12, 2010

Felicidad

Buscar felicidad está en la naturaleza humana, arraigada como lo está el comer o beber o dormir o soñar, entre otras tantas necesidades. La felicidad sin embargo se elude cuando lo buscado se confunde con lo genuino y por consiguiente se pierde la atención a lo que la meta es. La felicidad verdadera no depende de tener o poseer más sino de necesitar menos. El tener o poseer mas, regularmente encuentra una esclavitud consecuencia de perder la dirección al distraerse nuestra atención hacia lo que no esté orientado hacia la satisfacción de nuestras necesidades reales y genuinas, hacia buscar y seguir persiguiendo objetivos alcanzables, quizás, pero difícilmente metas de finalidad debido a la variedad de necesidades generadas.
Desde lo mas primario como es el comer, hasta lo mas superfluo como lo es la lujuria; la genuina necesidad radica en lo que será necesario para la supervivencia y buen estado del cuerpo y con mas énfasis en la salud del alma.

Comemos por la necesidad y el instinto de subsistir y con esto, de mantener un estado de salud adecuado para poder llevar a cabo nuestras tareas de acuerdo a la misión que nos corresponda de acuerdo al plan divino. El exceso, por ejemplo, en la alimentación debido sea a gula o a la simple idea de consumir por tener, lo único que consigue es una dependencia cada mas difícil de escapar y asimismo una degradación de la naturaleza con la cual hemos sido creados.
Nuestra naturaleza nos tiene preparados para vivir en un mundo hostil y agreste, lleno de retos y obstáculos. Cuando optamos por alimentar lo superfluo, estamos intencionalmente o no, haciendo de ese mundo, un ambiente aun más inhóspito y para el cual necesitamos que nuestra gesta por ser felices demande de más de lo que nuestra naturaleza nos provee, para vencer al mundo, no para apaciguarlo. Nuestra preocupación y sufrimiento, se torna a simplemente tratar de liberarnos del encierro al que nosotros mismos nos hemos condenado.
El camino a la felicidad es pues un sendero lleno de penas y sufrimientos, de angustias y contrariedades, de desengaños y de desilusiones, pero el triunfo estará en la tenacidad y el coraje que se tenga para alcanzar ese ápice, esa cima, esa meta en la que nuestras necesidades estarán circunspectas a lo que es exclusivamente necesario para servir a Dios.
El reservarse a mantenerse inactivo, escondido para no ser notado por el mundo, tributando constantemente para saciar la gula de esa monstruosidad con la que creemos nuestras necesidades serán menos pero la que solo quiere que sean mas y por tanto nos demanda mas.
Cualquier ente, disfrazada de deidad o no, que no hace sino demandar sacrificio sin entregar a cambio amor, no puede estar genuinamente dedicada a alcanzar la felicidad para sus seguidores ni para aquellos arrastrados por esa ambición o la inacción.
La felicidad genuina depende de nuestra naturaleza y mas allá de esta, de nuestra relación intima con nuestro creador, el único Dios vivo, ya que es Él el único capaz de entregarse por entero a nosotros dándonos el amor verdadero, el único capaz de amar genuina e intensamente. Sin el amor de Dios, cualquier tipo de amor pierde sentido o lo que es lo mismo, se pierde en sus propias aspiraciones.
El amor verdadero es dar sin esperar retribución y es por esto que al amar buscando la satisfacción propia no es sino lo opuesto al amor, es egoísmo y nada más.
La felicidad y el amor se relacionan en el sentido de que lo primero se logra por medio de lo segundo y Dios ha sido, es y siempre será el camino porque Dios es amor y es verdad, el otro ingrediente indispensable para alcanzar a través de la salvación, la felicidad de la vida eterna.
Dios nos ha dado repetidamente a través de profetas y del mismo Jesús, su único Hijo, acceso a esa verdad, tal cual está escrito en sus mandamientos, resumidos mas tarde por Cristo Redentor en amar a Dios sobre todo y encima de todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El mundo según progresa en ese camino hacia la destrucción del alma, reniega de los mandamientos divinos mostrando alternativas aparentes de felicidad momentánea y pasajera, negándole al individuo su dignidad natural empujándolo a constituirse, a perderse en el anonimato de la masa popular sometida a mayorías sin principios ni amor ni verdad en sus aspiraciones.
La felicidad es necesitar menos amando más sin importar lo que se tiene.
No es pues muestra genuina de amor el abdicar nuestra humanidad a propuestas de felicidad, constituidas en necesidades en constante incremento debido a estar no viviendo en una relación directa con Dios sino con cualquiera que nos ofrezca ese amparo artificial que es producto del egoísmo de otros pero no del amor, identidad pura de nuestra relación con Dios.