Cuando
oyes por primera vez estas palabras percibes un qué de contradicción que te
coge por sorpresa y no sabes qué decir, pero en seguida te das cuenta de que no
valen. Es algo así como decir soy amable, pero no practicante; amigo fiel, pero
no practicante; leal, pero no practicante; buen trabajador, pero no
practicante; buen padre o madre, pero no practicante; respetuoso con las leyes,
pero no practicante. Todo un desatino.
Es una cobardía porque se intenta justificar la inconsecuencia
del estilo de vida que se lleva con una frase chocante. Y es una mentira, por
graciosa que parezca, porque es un pretexto para no decir que no se cree sin
decir que no se cree.
Tal
manera de hablar se da por lo general en personas bien, despreocupadas de las
cosas de Dios, que se creen intelectualmente superiores, quieren impresionar y
ser admiradas. Salen con la frasecita de marras cuando hablan en público o con
católicos para así mostrar cuán por encima están de las inquietudes de los que quieren
cumplir bien como cristianos.
Es ahí donde tienen su recompensa, en la admiración de
los demás, que no en otro sitio. Poca cosa por cierto.
Infinitamente más sincera la actitud del hombre que
sabe que se ha equivocado, que se siente débil, pobre y pecador y dice:
"Señor, ten misericordia de mí que soy eso, un pobre pecador".
Ante estas palabras en boca del peor de los hombres,
el mismo Dios se desarma y no puede menos que perdonar. Es como si se le tocase
a Dios una fibra de su ser que le obliga a mirarnos con más amor.
Y es que a Dios le pasa como a nosotros. Con
dificultad aguantamos al soberbio o al falso que habla pero no siente, pero no
sé qué nos pasa cuando alguien nos pide excusa o perdón y notamos su
sinceridad. Siempre acabamos diciendo: “Hala, hala, ya vale, que ya está
olvidado”, y vamos a tomar un café juntos.
Ya en su tiempo Jesucristo se encontró con los
hipócritas de rigor que se creían muy sabios y muy superiores a los demás.
Contra ellos lanzó aquellas terribles palabras:
“Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os
llevan la delantera para entrar en el Reino de Dios” (Mateo 21,31).
Y la razón es que éstos son sinceros. No mienten
cuando dicen que son unos pecadores. Jamás dicen: “Somos unos tíos, pero no
practicantes”
También por eso el Señor nos contó la parábola del
fariseo y el recaudador. El fariseo decía: "Yo no soy como los demás… ni
tampoco como ése…" (Lucas 18,11). En cambio el recaudador repetía: “¡Dios
mío!, ten compasión de este pecador”
(Lucas 18,13).
Tal vez
te choque que el Señor use eso de recaudador para indicar al más bajo de los
pecadores. En aquellos tiempos en Palestina los recaudadores eran los
colaboradores del opresor romano que extraían cuantos impuestos podían de la
gente para dárselos al gobierno extranjero lo que para un judío era lo más
infame y perverso que un hijo de Abrahán podía hacer.
El orgulloso se come su soberbia y ahí se queda con su
digestión. En cambio Dios se da al humilde y sencillo. Fijáos con qué palabras
se dirigía Jesús a su Padre:
"Bendito seas,
Padre, Señor del cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla" (Lucas 10,21).
Soy
cristiano y practicante y, cuando por lo que sea no llego al nivel que Dios
espera de mí, no por eso le voy a negar sino que mi práctica como católico
practicante será pedirle perdón y empezar de nuevo. Y si vuelvo a caer, otra
vez le pido perdón y empiezo otra vez de nuevo. Jamás le diré al Señor que soy
su amigo pero no practicante.
Dice el
Señor:
"Yo
os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo de
Hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue
delante los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios" (Lucas
12,8).
"No
he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mateo 9,13).
Mi
corazón es tuyo, Señor. Te lo ofrezco con todos mis pecados. Tenme misericordia
en la hora de mi muerte.