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Wednesday, November 12, 2008

El gobierno

Cuando nos encaramos con la actividad política y tratamos fervorosamente de encontrar algún tipo de sentido común, de lógica, respecto a lo que observamos; con frecuencia se nos presenta algo completamente incomprensible.

En nuestra naturaleza social nuestro instinto nos ha empujado a juntarnos en grupos, quizá por que mejora nuestras posibilidades de supervivencia, quizá por que mejora nuestro nivel de vida y esa asociación ha respondido a nuestra decisión de ser servidos por ella.
Consecuente con esta decisión, la necesidad de aceptar el liderazgo de parte de una persona para permitir tomar una dirección hacia adonde llevar nuestra asociación.
Es indudable que nadie tiene como objetivo en su vida el ponerse en esclavitud de alguien y por tanto es asimismo improbable que nuestra naturaleza nos empuje a ponernos en esclavitud de los líderes que decidimos aceptar como tales. La razón fundamental para tal condición, responde a nuestra naturaleza individual.
Nuestra necesidad de asociarnos socialmente en grupos de gobierno, no desplaza la individualidad de la persona humana, porque de aceptarse así, estaríamos dispuestos a reducir nuestra condición a un esclavismo disfrazado por las aparentes bondades del sistema.
Lo que esto condiciona es la necesidad de hacer de este liderazgo algo limitado a lo que estrictamente necesario debido a su función de beneficio común.
En manera similar, y dentro de esa persecución por lo que es de bien común; se nos impone la idea de justicia social, o de permitir que sea cada individuo la fuente de sus propias decisiones.
Reconociendo estos parámetros, es pues claro el hecho de que la administración del grupo social al cual podemos calificar en una variedad de términos que van desde gobiernos o sociedades de naciones hasta meros clubes o asociaciones. Esta asimismo claro el hecho de que la funcionalidad de este aparato administrativo solo puede adquirir una orientación hacia el bien común para la provisión de justicia social cuando su intervención en las vicisitudes propias del individuo, son reducidas al mínimo o totalmente inexistente permitiendo que la libertad innata en este; el individuo sea la que determine su curso.
Los seres humanos se asocian bajo distintos esquemas. Cuando la agrupación es una unión llevada por la singularidad de la lengua o por una asociación mutuamente cultural, esta es considerada un unión nacional o puesto de otra manera un grupo de individuos con similitudes culturales, lingüísticas, etc. Dentro del aspecto jurisdiccional o geográficamente, la agrupación se constituye políticamente en países, estados, provincias, regiones o municipios, o cualquier otro nombre que agrupe o asocie individuos o entidades dentro de un área geográfica determinada. Es común por lo tanto el observar la formación de estados como naciones, sin ser necesariamente lo uno lo mismo que lo otro.
La administración estatal requiere de recursos para su administración y es indudablemente una obligación inapelable de cada miembro de cada agrupación el contribuir su parte justa para aquella administración. Lamentablemente, según la historia avanzase en el transcurso del tiempo y habiéndose sucedido conflicto tras conflicto esta contribución ha sido expandida al nivel de abusar la capacidad del individuo a contribuir.
Desde la invención de la democracia, respondiendo a los abusos del absolutismo monárquico, el ser humano ha sido el motor que motiva el progreso, como individuo y aun antes, y han sido los gobernantes los que se han adjudicado glorias y triunfos. La legitimidad de estos triunfos y glorias solo puede cristalizarse bajo el liderazgo ofrecido por sus comandantes. Cuando esa adjudicación no responde al liderazgo, sino al abuso o la apropiación; prontamente el triunfo se constituye en debacle automáticamente yendo en contra del individuo, la familia y la prosperidad de ambos.
La democracia ha sido tergiversada hacia un concepto de establecer el reino de las mayorías en vez de ser el gobierno del individuo. En función a esta falacia, se ha fomentado el servicio a las mayorías en un desprendimiento de nuestra relación natural con Dios nuestro creador puesto que las mayorías pueden ser de muchos sabores y de muchos defectos.
El gobierno justo y efectivo pues, tiene por necesidad institucional la protección del individuo, pues de otra manera, este se constituye en dictadura, despotismo o tiranía y no necesariamente por parte de las mayorías aparentemente ‘beneficiadas’ de este proceso, sino por parte de las elites que germinan como ‘intelectuales protectores’ del individuo, ofreciéndole a este todos tipo de vicios disfrazados en beneficios, pero sin permitir su libertad individual, su identidad.
Si en sus orígenes, el individuo se viese en la necesidad de ver por su propio sustento y el de su familia; el colectivismo, ha crecido bajo la idea equivocada de que es el estado colectivo el encargado de velar por el sustento del individuo, eliminando su responsabilidad individual y por tanto removiendo ese obstáculo llamado familia por considerarse nocivo al bienestar del individuo, de esta forma instituyendo el individualismo contra la individualidad.
Dentro de todo este proceso, esas administraciones constituidas como agrupaciones para el servicio del individuo y su familia, se tornan en vehículos de opresión. Para ese efecto, la contribución individual, es legislada en función al control que se puede ejerce sobre él y no a la libertad de este a participar de la sociedad dentro de su capacidad de acuerdo a su relación personal con Dios.
Esta en el individuo el dictar sobre gobiernos la supremacía de Dios y mientras que de acuerdo a lo dispuesto por Jesús respecto a darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios; la parte que le corresponde al César, está determinada por lo que nuestra responsabilidad para con Dios primero determine. Bajo esta premisa, la creación de los impuestos a la renta constituye una violación directa a la libertad del individuo de dar precisamente al lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Cristo mismo nos insta a nuestra contribución para con la sociedad porque nuestra naturaleza es social y nuestra existencia es para con el bien común y la justicia social, pero como individuos, esa responsabilidad no puede y no debe de ser relegada al estado. El bien común que el estado es capaz de proveer es el de protección, no de caridad, puesto que esta es un don que El Espíritu Santo otorga solo a la persona humana como individuo.