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Wednesday, August 11, 2010

Indocumentado

El clamor de nuestros tiempos en el mundo conocido como primer mundo, esta enfocado contra aquellos inmigrantes indocumentados, a quienes se les llama asimismo ilegales.
Miles de realidades empujan a la gente a tomar la decisión de emigrar, de alejarse de su terruño hacia lugares extraños e inhóspitos, no debido a condiciones naturales, sino más bien poco naturales, ya que es la gente la que expresa su repulsión a la gente que invade su sistema de vida y legalidad.
Desde luego que de ser solamente la realidad tal cual se presenta; muy poco incentivo existiría para tomar tan supuestamente peligrosa aventura.
La realidad sin embargo es que la condición de ilegalidad se ha tornado en un vehículo de explotación, mas allá de política, de inhumanidad. En formas similares a la de aquellos, legales quienes se encuentran atrapados en marañas de falso idealismo, los ilegales asimismo, se encuentran atrapados en una maraña de falsas expectativas.
El ser ilegal implica automáticamente el no ser legal, lo que significa el no estar viviendo de acuerdo a lo que la ley de la tierra prescribe.

El drama humano que representa las sociedades entre sociedades de gente, documentada o indocumentada, con generaciones tras generaciones viviendo, no necesariamente en la pobreza, sino en la esclavitud, perdidos en la ‘legalidad’ de las soluciones políticas a problemas exclusivamente humanos.
Un problema humano es un problema que existe como consecuencia de fallas humanas o de acciones mas bien ‘inhumanas’.
Construyendo murallas, no se logra sino hacer más evidente el hecho de que la gente ansíe el entrar a una supuesta mejor vida haciendo asimismo evidente la vergüenza para la nación de la cual proceden, de su incapacidad para abrigar a sus ciudadanos y de ofrecerles una mejor vida.
La emigración, desde tiempos inmemoriales, ha sido un fenómeno de búsqueda de mejores horizontes, de aquella tierra prometida. Abraham lo hizo por designio divino frente al llamado de Dios, lo hicieron los que colonizaron América y lo hicieron los pioneros en la conquista del oeste americano y ni siquiera se puede aducir que este es un fenómeno meramente occidental, pues esta presente en todas las latitudes del planeta. La migración es un mandato divino que proviene ancestralmente desde la destrucción de la Torre de Babel, como una respuesta contundente y clara a la falsa idea de asentamiento social en la tierra bajo gobiernos globales.
El ser humano, por mandato y don divino, tiene la virtud de moverse en busca de mejores horizontes y realidades. El pretender querer transportar tradiciones y rasgos culturales, es asimismo natural, mas es importante buscar a Dios primero, por tanto es importante respetar la ley de la tierra cuando esta va en concordancia con los mandamientos divinos. No hay que olvidar el hecho de que llegando a tierras nuevas, se está aceptando la cultura y costumbres de ésta.
La inmigración en si, no es el problema y no lo es en si la legalización del inmigrante o su documentación. El problema radica en la ley que busca explotar la condición del inmigrante o aquella ley que busca perpetuar la condición de éste como un paria permanente anclado o esclavizado a su destino.
Poco se puede pretender estar haciendo algún bien social cuando se ofrecen servicios sociales no universales. La función del estado convertida en una beneficencia colectiva impone la obligación de hacer de esta una oferta universal, ya que el inmigrante como cualquiera que busca nuevos y mejores pastos, encontrará confundido como aquella tierra prometida, aquella que obsequia felicidad sin esfuerzo, y si desde ya el problema es aquel de una política de beneficencia, la inducción es hacia ofrecer esto en forma generalizada.
La mejor forma pues de neutralizar este problema, es el entender y aceptar la universalidad del ambiente en el cual se vive y si se pretende que el paraíso en la tierra puede ser una exclusividad de unos y no de otros, es hora quizá de reflexionar sobre la bondad genuina de las soluciones colectivas que se ofrecen ya que estas terminan no siendo soluciones sino mas bien vehículos de des-humanización.
La sociedad colectiva no es humana porque depende de la des-humanización del individuo para su manutención y supervivencia, la cual es falaz ya que solo se convertirá en una espiral de ofertas excesivas pidiendo como precio el abandono a la individualidad y la libertad a favor de conceder la superioridad de élites superdotados por asignación propia.
La perseverancia del problema de ilegalidad esta salvaguardado por su des-humanización.
El colectivismo nos muestra sus fauces sangrientas en múltiples formas, desde la negación de Dios vivo, y nuestro creador, el asesinato desmedido de inocentes bebés, de la destrucción de la familia y el matrimonio, instituciones divinas. La esclavitud del indocumentado o ilegal no es sino un cariz mas en el atropello producto de la colectivización.