Jesús es Yahveh, esto se entiende porque Yahveh es el nombre esencial de
Dios (cf. Suma teológica, Parte Ia, Cuestión 13), el nombre de su naturaleza
divina compartida por las tres divinas personas. Tres divinas personas
diferentes entre sí, pero con una misma naturaleza divina (esencia). En
definitiva Yahveh es el nombre esencial de la Santísima Trinidad, Dios
Unitrino. El Padre es Dios (Yahveh), el Hijo es Dios (Yahveh) y el Espíritu
Santo es Dios (Yahveh).
Con SCHEEBEN (Dogmatik s n. 84 ss) podemos clasificar en tres grupos los siete «nombres sagrados» del Antiguo Testamento; el primer grupo expresa la relación de Dios con el mundo y con los hombres (‘El = el Fuerte, el Poderoso; ‘Elohim = el que posee la plenitud del poder; Adonai = el Señor, el Soberano, el Juez) ; el segundo grupo designa más bien las perfecciones internas de Dios (Shadai = el Omnipotente; Elyon = el Altísimo; Qadosh = el Santo); y el tercer grupo comprende el nombre propio y esencial de Dios (Yahvé). El nombre propio del Dios verdadero es Yahvé. Se deriva lingüísticamente de haya, variante del antiguo hawa = ser; significa : él es. Los Setenta lo traducen aquí etimológicamente con justeza por ó ón = «el que es», pero luego lo sustituyen generalmente por kyrios = el Señor. Dios mismo reveló este nombre a Moisés al responder a su pregunta sobre cuál era su nombre: «Yo soy el que soy [‘ehye ‘asher ‘ehye]. Así dirás a los hijos de Israel: ‘Ehye [“yo soy”] me ha enviado a vosotros… Esto dirás a los hijos de Israel: Yahvé [“él es”], el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me ha enviado a vosotros. Éste es para siempre mi nombre, y ésta mi denominación de linaje en linaje» (Ex 3, 14 s). (Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Editorial Herder, Barcelona 1966, p. 61) [Con aprobación Nihil Obstat]
ARTÍCULO EN ELABORACIÓN….
Comparemos los siguientes pasajes del Antiguo Testamento referidos a Yahveh con pasajes del Nuevo Testamento que se refieren a Jesús, para comprobar en las Escrituras esta verdad de fé.
Antiguo Testamento
1) Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros.» (Éxodo 3,14)
2) Yo, yo soy Yahveh, y fuera de mí no hay salvador. (Isaías 43,11)
3) Así dice Yahveh el rey de Israel, y su redentor, Yahveh Sebaot: « Yo soy el primero y el último, fuera de mí, no hay ningún dios » (Isaías 44,6)
4) Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (Ezequiel 37,27)
5) Así dice Yahvéh, tu redentor, el que te formó desde el seno. Yo, Yahvé, lo he hecho todo, yo, solo, extendí los cielos, yo asenté la tierra, sin ayuda alguna. (Isaías 44,24)
Nuevo Testamento
1) Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.» Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo. (Juan 8,58-59)
2) Aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Tito 2,13)
3) Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo para pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin. [...] Yo, Jesús, he enviado a mi Ángel para daros testimonio de lo referente a las Iglesias. Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba.» (Apocalipsis 22,12-16)
4a) Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”. (Mateo 1,23)
4b) En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe [...] Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,1-14)
5) El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él [...] El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos. (Colosenses 1,15-20)
¿Yavé, Yahvé o Yahveh, hay diferencia?
Si hay diferencia, el tetragramatón está compuesto por 4 consonantes YHVH, por lo tanto lo correcto es escribirlo como Yahveh, las vocales es un tema discutible, pero los expertos indican que el nombre correcto transliterado es Yahveh, es decir con las vocales “a” y “e” en ese orden de aparición.
¿Cómo siendo Jesús verdadero Dios, murió en la Cruz, si Dios no puede morir?
Hay que puntualizar que la muerte es la separación del alma en relación al cuerpo, esa separación no hace detrimento de la naturaleza divina ni siquiera del alma humana de Jesús. El Verbo (Dios) encarnó y en el momento de la muerte, simplemente se separó de dicha carne temporalmente, manteniéndose su naturaleza divina intacta, como siempre ha de estar por toda la eternidad. Al tercer día resucitó venciendo a la muerte, así que tampoco la muerte tuvo la última palabra, en cualquier sentido la muerte de Nuestro Señor no ofrece ningún obstáculo a su naturaleza humana o divina. La idea que subyace en este error de pensar que Dios no pudo morir es que ven a la muerte como eliminación, como el fin último de toda existencia.
El cuerpo del Señor antes de resucitar se mantuvo incorrupto -pues la corrupción es propia del pecado original-, a tres días de su muerte resucitó de forma gloriosa retomando su carne, que si bien guardaba similitud con su cuerpo anterior, era diferente, se habla entonces de un cuerpo glorificado (1 Corintios 15,20) con propiedades simultaneas tanto físicas como espirituales; físicas como cuando Jesús comió con los apóstoles (Lucas 24,43) o permitió que santo Tomás apóstol tocará su costado (Juan 20:27; Lucas 24, 39) y espirituales, como la capacidad de trasladarse a pesar de obstáculos físicos; como la roca que sellaba el sepulcro (Mateo 28), puertas cerradas (Juan 20,19) o lugares alejados (Lucas 24,12-15).
El sacrificio de nuestro Señor Jesucristo fue atemporal y asumió sin límites el peso de todos nuestros pecados gracias a su naturaleza divina. Literalmente murió en nombre de cada uno de nosotros, ahí estaba María, Adrián, Juan, Pedro, Carlos, Juana todas y cada una de las personas que han existido y existirán. El carácter atemporal de su sacrificio permitió por ejemplo que María recibiera de forma extraordinaria la gracia de ser librada del pecado original en su inmaculada concepción (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803), permitiendo además que no fuera transmitido el pecado original en Jesucristo según la carne en el seno inmaculado de María. En Cristo hemos sido elegidos cada uno de nosotros antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia (cf. Ef 1, 4), cuanto más María llena de gracia (cf. Luc 1,28) [HHH] y Madre de Dios (cf. Luc 1,43)
Gracias también al carácter atemporal del sacrificio de Jesucristo en la cruz (gracias a su naturaleza divina) fue posible que El instituyera la Eucaristía en la última cena, aún antes de que lo crucificaran ya les mostraba a los apóstoles su cuerpo y sangre que habrían de ser entregados, lo hacía evidentemente guardando los accidentes sensibles del pan y del vino, pero siendo en esencia ese momento que ha de perdurar para siempre, estando allí presente realmente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor. Los sacerdotes puedan hacer actual el único sacrificio de Nuestro Señor en la cruz en la misa y en cada misa experimentamos precisamente esto. Veamos algunas enseñanzas del Catecismo al respecto:
El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que “Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado” (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3).
Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros” (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos [...] para remisión de los pecados” (Mt 26,28).
La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
«(Cristo), nuestro Dios y Señor [...] se ofreció a Dios Padre [...] una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, “la noche en que fue entregado” (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) [...] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).
El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: “La víctima es una y la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer” (Concilio de Trento: DS 1743). “Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz “se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento”; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio” (Ibíd).
[...] El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidosverdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39). (Catecismo Iglesia Católica 1364 – 1374)
¿La Santísima Trinidad (Yahveh) participa en pleno en el sacrificio de Cristo?
Si, es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia. Siendo la naturaleza divina de Jesús compartida por el Padre y el Espíritu Santo, se entiende que el Padre también estaba en el Hijo al igual que el Espíritu Santo.
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. [...] Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. (Juan 14:10-26)
Can. 9. Si alguno dice que el solo Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu, como si hubiera usado de la virtud de éste como ajena y de Él hubiera recibido poder obrar contra los espíritus inmundos y hacer milagros en medio de los hombres, y no dice, más bien, que es su propio Espíritu aquel por quien obró los milagros, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 261)
Los Testigos de Jehová afirman que Jesús es una criatura angelical de Dios y que además el Espíritu Santo no es una persona sino “fuerza activa”, no está demás hacer notar lo que dice Nuestro Señor: el Espíritu Santo que nos envía el Padre es nuestro abogado (paráclito) y además nos enseña y recuerda las palabras que nos ha dicho Nuestro Señor Jesucristo, así que de ningún modo puede ser una fuerza, primero que una fuerza no puede abogar por nada pues no dispone de inteligencia y además mucho menos enseñar y recordar activamente, como si es propio de una persona.
Tratemos de no repetir viejas herejías, vamos a rememorar algunas declaraciones magisteriales del Concilio de Éfeso, infalible en materia de fé por ser de tipo Ecuménico.
Can. 1. Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es madre de Dios (pues dió a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 253)
Can 2. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que el mismo es Dios al mismo tiempo que hombre, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 254)
Can. 4. Si alguno distribuye entre dos personas o hipóstasis las voces contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos o dichas sobre Cristo por los Santos o por Él mismo sobre sí mismo; y unas las acomoda al hombre propiamente entendido aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 256)
Can. 5. Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de Dios y no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el Verbo se hizo carne y tuvo parte de modo semejante a nosotros en la carne y en la sangre [Hebr. 2, 14], sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 257)
Can. 9. Si alguno dice que el solo Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu, como si hubiera usado de la virtud de éste como ajena y de Él hubiera recibido poder obrar contra los espíritus inmundos y hacer milagros en medio de los hombres, y no dice, más bien, que es su propio Espíritu aquel por quien obró los milagros, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 261)
Can. 10. La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra confesión [Hebr. 3, 1] y que por nosotros se ofreció a sí mismo en olor de suavidad a Dios Padre [Eph. 5, 2]. Si alguno, pues, dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguno dice que también por sí mismo se ofreció como ofrenda y no, más bien, por nosotros solos (pues no tenía necesidad alguna de ofrenda el que no conoció el pecado), sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 262)
Can. 12. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne y fue crucificado en la carne, y gustó de la muerte en la carne, y que fue hecho primogénito de entre los muertos [Col. 1, 18] según es vida y vivificador como Dios, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 263)
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica
Parte Ia – Cuestión 13 Sobre los nombres de Dios
Artículo 11: El nombre «El que es», ¿es o no es en grado sumo el nombre propio de Dios?
Objeciones por las que parece que el nombre «El que es» no es en grado sumo el nombre propio de Dios:
1. Como se dijo (a.9), el nombre de Dios es incomunicable. Pero este nombre El que es no es nombre incomunicable. Luego este nombre El que es no es en grado sumo el nombre propio de Dios.
2. Dionisio en el c.3 De Div. Nom. dice: La palabra bien manifiesta todo lo que proviene de Dios. Esto le corresponde en grado sumo a Dios, que es principio universal de todas las cosas. Luego el nombre bueno y no El que es es en grado sumo el nombre propio de Dios.
3. Todo nombre divino parece que conlleva relación a las criaturas, pues Dios no nos es conocido más que a través de las criaturas. Pero el nombre El que es no conlleva ninguna relación con las criaturas. Luego el nombre El que es no es en grado sumo el nombre propio de Dios.
Contra esto: está lo escrito en Ex 3,13s, cuando Moisés dice: Si me preguntan ¿cuál es tu nombre?, ¿qué les respondo?, el Señor le contesta: Les responderás: EL QUE ES me envía a vosotros. Luego el nombre El que es es en grado sumo el nombre propio de Dios.
Respondo: Tres razones explican por qué El que es es en grado sumo el nombre propio de Dios. 1) Por su significado. Pues no significa alguna forma, sino el mismo ser. De ahí que, como el ser de Dios es su misma esencia y esto no le corresponde a nadie más, como ya quedó demostrado (q.3 a.4), es evidente que, entre todos los otros nombres, éste es el que en grado sumo propiamente indica a Dios, pues todo es designado por su forma. 2) Por su universalidad. Pues todos los otros nombres o son menos comunes, o, si le son equivalentes, sin embargo le añaden algún concepto por el que, en cierto modo, lo informan y determinan. Además, en esta vida nuestro entendimiento no puede conocer la presencia de Dios en sí misma, sino que, aun cuando exprese lo que entiende de Dios, nunca expresará todo lo que Dios es en sí mismo. Y así, cuando algunos nombres son menos determinados y más comunes y absolutos, tanto más propiamente son dados a Dios por nosotros. Por eso dice el Damasceno: Entre todos los nombres que se dan a Dios, el principal es El que es; pues este nombre todo lo abarca, e incluye al mismo ser como un piélago infinito de inabarcable sustancia. Pues cualquier otro nombre determina de algún modo la sustancia de la cosa; pero este nombre El que es no determina ningún modo de ser, sino que va referido a todos; por eso lo llama piélago infinito de sustancia. 3) Por el contenido de su significado. Pues significa existir en presente. Y eso en grado sumo propiamente se dice de Dios, cuyo existir no conoce el pasado ni el futuro, como dice Agustín en el V De Trin.
A las objeciones:
1. El que es es el nombre de Dios más propio que el nombre Dios, tanto en cuanto a su origen, esto es, el ser, como a su significado y al contenido de su significado, como ya se dijo. Pero en cuanto a lo que se quiere indicar, es más propio el nombre Dios,pues se da para indicar la naturaleza divina. Y todavía más propio es el nombre Tetragrammaton que se da para indicar la misma sustancia incomunicable o, si se puede decir así, singular, de Dios.
2. El nombre bueno es el principal nombre de Dios en cuanto causa, sin embargo, no en sentido absoluto, pues en sentido absoluto el ser es entendido como anterior a la causa.
3. No es necesario que todos los nombres divinos conlleven relación a las criaturas; basta con que sean dados partiendo de algunas perfecciones que, provenientes de Dios, están en las criaturas. Y entre todas las perfecciones, la primera, de la que se toma el nombre El que es, es el mismo ser.
Con SCHEEBEN (Dogmatik s n. 84 ss) podemos clasificar en tres grupos los siete «nombres sagrados» del Antiguo Testamento; el primer grupo expresa la relación de Dios con el mundo y con los hombres (‘El = el Fuerte, el Poderoso; ‘Elohim = el que posee la plenitud del poder; Adonai = el Señor, el Soberano, el Juez) ; el segundo grupo designa más bien las perfecciones internas de Dios (Shadai = el Omnipotente; Elyon = el Altísimo; Qadosh = el Santo); y el tercer grupo comprende el nombre propio y esencial de Dios (Yahvé). El nombre propio del Dios verdadero es Yahvé. Se deriva lingüísticamente de haya, variante del antiguo hawa = ser; significa : él es. Los Setenta lo traducen aquí etimológicamente con justeza por ó ón = «el que es», pero luego lo sustituyen generalmente por kyrios = el Señor. Dios mismo reveló este nombre a Moisés al responder a su pregunta sobre cuál era su nombre: «Yo soy el que soy [‘ehye ‘asher ‘ehye]. Así dirás a los hijos de Israel: ‘Ehye [“yo soy”] me ha enviado a vosotros… Esto dirás a los hijos de Israel: Yahvé [“él es”], el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob me ha enviado a vosotros. Éste es para siempre mi nombre, y ésta mi denominación de linaje en linaje» (Ex 3, 14 s). (Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Editorial Herder, Barcelona 1966, p. 61) [Con aprobación Nihil Obstat]
ARTÍCULO EN ELABORACIÓN….
Comparemos los siguientes pasajes del Antiguo Testamento referidos a Yahveh con pasajes del Nuevo Testamento que se refieren a Jesús, para comprobar en las Escrituras esta verdad de fé.
Antiguo Testamento
1) Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Así dirás a los israelitas: “Yo soy” me ha enviado a vosotros.» (Éxodo 3,14)
2) Yo, yo soy Yahveh, y fuera de mí no hay salvador. (Isaías 43,11)
3) Así dice Yahveh el rey de Israel, y su redentor, Yahveh Sebaot: « Yo soy el primero y el último, fuera de mí, no hay ningún dios » (Isaías 44,6)
4) Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (Ezequiel 37,27)
5) Así dice Yahvéh, tu redentor, el que te formó desde el seno. Yo, Yahvé, lo he hecho todo, yo, solo, extendí los cielos, yo asenté la tierra, sin ayuda alguna. (Isaías 44,24)
Nuevo Testamento
1) Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.» Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo. (Juan 8,58-59)
2) Aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Tito 2,13)
3) Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo para pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin. [...] Yo, Jesús, he enviado a mi Ángel para daros testimonio de lo referente a las Iglesias. Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba.» (Apocalipsis 22,12-16)
4a) Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”. (Mateo 1,23)
4b) En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe [...] Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1,1-14)
5) El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él [...] El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos. (Colosenses 1,15-20)
¿Yavé, Yahvé o Yahveh, hay diferencia?
Si hay diferencia, el tetragramatón está compuesto por 4 consonantes YHVH, por lo tanto lo correcto es escribirlo como Yahveh, las vocales es un tema discutible, pero los expertos indican que el nombre correcto transliterado es Yahveh, es decir con las vocales “a” y “e” en ese orden de aparición.
¿Cómo siendo Jesús verdadero Dios, murió en la Cruz, si Dios no puede morir?
Hay que puntualizar que la muerte es la separación del alma en relación al cuerpo, esa separación no hace detrimento de la naturaleza divina ni siquiera del alma humana de Jesús. El Verbo (Dios) encarnó y en el momento de la muerte, simplemente se separó de dicha carne temporalmente, manteniéndose su naturaleza divina intacta, como siempre ha de estar por toda la eternidad. Al tercer día resucitó venciendo a la muerte, así que tampoco la muerte tuvo la última palabra, en cualquier sentido la muerte de Nuestro Señor no ofrece ningún obstáculo a su naturaleza humana o divina. La idea que subyace en este error de pensar que Dios no pudo morir es que ven a la muerte como eliminación, como el fin último de toda existencia.
El cuerpo del Señor antes de resucitar se mantuvo incorrupto -pues la corrupción es propia del pecado original-, a tres días de su muerte resucitó de forma gloriosa retomando su carne, que si bien guardaba similitud con su cuerpo anterior, era diferente, se habla entonces de un cuerpo glorificado (1 Corintios 15,20) con propiedades simultaneas tanto físicas como espirituales; físicas como cuando Jesús comió con los apóstoles (Lucas 24,43) o permitió que santo Tomás apóstol tocará su costado (Juan 20:27; Lucas 24, 39) y espirituales, como la capacidad de trasladarse a pesar de obstáculos físicos; como la roca que sellaba el sepulcro (Mateo 28), puertas cerradas (Juan 20,19) o lugares alejados (Lucas 24,12-15).
El sacrificio de nuestro Señor Jesucristo fue atemporal y asumió sin límites el peso de todos nuestros pecados gracias a su naturaleza divina. Literalmente murió en nombre de cada uno de nosotros, ahí estaba María, Adrián, Juan, Pedro, Carlos, Juana todas y cada una de las personas que han existido y existirán. El carácter atemporal de su sacrificio permitió por ejemplo que María recibiera de forma extraordinaria la gracia de ser librada del pecado original en su inmaculada concepción (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803), permitiendo además que no fuera transmitido el pecado original en Jesucristo según la carne en el seno inmaculado de María. En Cristo hemos sido elegidos cada uno de nosotros antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia (cf. Ef 1, 4), cuanto más María llena de gracia (cf. Luc 1,28) [HHH] y Madre de Dios (cf. Luc 1,43)
Gracias también al carácter atemporal del sacrificio de Jesucristo en la cruz (gracias a su naturaleza divina) fue posible que El instituyera la Eucaristía en la última cena, aún antes de que lo crucificaran ya les mostraba a los apóstoles su cuerpo y sangre que habrían de ser entregados, lo hacía evidentemente guardando los accidentes sensibles del pan y del vino, pero siendo en esencia ese momento que ha de perdurar para siempre, estando allí presente realmente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor. Los sacerdotes puedan hacer actual el único sacrificio de Nuestro Señor en la cruz en la misa y en cada misa experimentamos precisamente esto. Veamos algunas enseñanzas del Catecismo al respecto:
El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que “Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado” (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3).
Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros” (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos [...] para remisión de los pecados” (Mt 26,28).
La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
«(Cristo), nuestro Dios y Señor [...] se ofreció a Dios Padre [...] una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, “la noche en que fue entregado” (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) [...] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).
El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: “La víctima es una y la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer” (Concilio de Trento: DS 1743). “Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz “se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento”; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio” (Ibíd).
[...] El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidosverdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39). (Catecismo Iglesia Católica 1364 – 1374)
¿La Santísima Trinidad (Yahveh) participa en pleno en el sacrificio de Cristo?
Si, es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia. Siendo la naturaleza divina de Jesús compartida por el Padre y el Espíritu Santo, se entiende que el Padre también estaba en el Hijo al igual que el Espíritu Santo.
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. [...] Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. (Juan 14:10-26)
Can. 9. Si alguno dice que el solo Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu, como si hubiera usado de la virtud de éste como ajena y de Él hubiera recibido poder obrar contra los espíritus inmundos y hacer milagros en medio de los hombres, y no dice, más bien, que es su propio Espíritu aquel por quien obró los milagros, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 261)
Los Testigos de Jehová afirman que Jesús es una criatura angelical de Dios y que además el Espíritu Santo no es una persona sino “fuerza activa”, no está demás hacer notar lo que dice Nuestro Señor: el Espíritu Santo que nos envía el Padre es nuestro abogado (paráclito) y además nos enseña y recuerda las palabras que nos ha dicho Nuestro Señor Jesucristo, así que de ningún modo puede ser una fuerza, primero que una fuerza no puede abogar por nada pues no dispone de inteligencia y además mucho menos enseñar y recordar activamente, como si es propio de una persona.
Tratemos de no repetir viejas herejías, vamos a rememorar algunas declaraciones magisteriales del Concilio de Éfeso, infalible en materia de fé por ser de tipo Ecuménico.
Can. 1. Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es madre de Dios (pues dió a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 253)
Can 2. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que el mismo es Dios al mismo tiempo que hombre, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 254)
Can. 4. Si alguno distribuye entre dos personas o hipóstasis las voces contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos o dichas sobre Cristo por los Santos o por Él mismo sobre sí mismo; y unas las acomoda al hombre propiamente entendido aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 256)
Can. 5. Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de Dios y no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el Verbo se hizo carne y tuvo parte de modo semejante a nosotros en la carne y en la sangre [Hebr. 2, 14], sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 257)
Can. 9. Si alguno dice que el solo Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu, como si hubiera usado de la virtud de éste como ajena y de Él hubiera recibido poder obrar contra los espíritus inmundos y hacer milagros en medio de los hombres, y no dice, más bien, que es su propio Espíritu aquel por quien obró los milagros, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 261)
Can. 10. La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra confesión [Hebr. 3, 1] y que por nosotros se ofreció a sí mismo en olor de suavidad a Dios Padre [Eph. 5, 2]. Si alguno, pues, dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguno dice que también por sí mismo se ofreció como ofrenda y no, más bien, por nosotros solos (pues no tenía necesidad alguna de ofrenda el que no conoció el pecado), sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 262)
Can. 12. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne y fue crucificado en la carne, y gustó de la muerte en la carne, y que fue hecho primogénito de entre los muertos [Col. 1, 18] según es vida y vivificador como Dios, sea anatema. (Concilio de Éfeso, De la Encarnación l, Anatematismos ; DS 263)
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica
Parte Ia – Cuestión 13 Sobre los nombres de Dios
Artículo 11: El nombre «El que es», ¿es o no es en grado sumo el nombre propio de Dios?
Objeciones por las que parece que el nombre «El que es» no es en grado sumo el nombre propio de Dios:
1. Como se dijo (a.9), el nombre de Dios es incomunicable. Pero este nombre El que es no es nombre incomunicable. Luego este nombre El que es no es en grado sumo el nombre propio de Dios.
2. Dionisio en el c.3 De Div. Nom. dice: La palabra bien manifiesta todo lo que proviene de Dios. Esto le corresponde en grado sumo a Dios, que es principio universal de todas las cosas. Luego el nombre bueno y no El que es es en grado sumo el nombre propio de Dios.
3. Todo nombre divino parece que conlleva relación a las criaturas, pues Dios no nos es conocido más que a través de las criaturas. Pero el nombre El que es no conlleva ninguna relación con las criaturas. Luego el nombre El que es no es en grado sumo el nombre propio de Dios.
Contra esto: está lo escrito en Ex 3,13s, cuando Moisés dice: Si me preguntan ¿cuál es tu nombre?, ¿qué les respondo?, el Señor le contesta: Les responderás: EL QUE ES me envía a vosotros. Luego el nombre El que es es en grado sumo el nombre propio de Dios.
Respondo: Tres razones explican por qué El que es es en grado sumo el nombre propio de Dios. 1) Por su significado. Pues no significa alguna forma, sino el mismo ser. De ahí que, como el ser de Dios es su misma esencia y esto no le corresponde a nadie más, como ya quedó demostrado (q.3 a.4), es evidente que, entre todos los otros nombres, éste es el que en grado sumo propiamente indica a Dios, pues todo es designado por su forma. 2) Por su universalidad. Pues todos los otros nombres o son menos comunes, o, si le son equivalentes, sin embargo le añaden algún concepto por el que, en cierto modo, lo informan y determinan. Además, en esta vida nuestro entendimiento no puede conocer la presencia de Dios en sí misma, sino que, aun cuando exprese lo que entiende de Dios, nunca expresará todo lo que Dios es en sí mismo. Y así, cuando algunos nombres son menos determinados y más comunes y absolutos, tanto más propiamente son dados a Dios por nosotros. Por eso dice el Damasceno: Entre todos los nombres que se dan a Dios, el principal es El que es; pues este nombre todo lo abarca, e incluye al mismo ser como un piélago infinito de inabarcable sustancia. Pues cualquier otro nombre determina de algún modo la sustancia de la cosa; pero este nombre El que es no determina ningún modo de ser, sino que va referido a todos; por eso lo llama piélago infinito de sustancia. 3) Por el contenido de su significado. Pues significa existir en presente. Y eso en grado sumo propiamente se dice de Dios, cuyo existir no conoce el pasado ni el futuro, como dice Agustín en el V De Trin.
A las objeciones:
1. El que es es el nombre de Dios más propio que el nombre Dios, tanto en cuanto a su origen, esto es, el ser, como a su significado y al contenido de su significado, como ya se dijo. Pero en cuanto a lo que se quiere indicar, es más propio el nombre Dios,pues se da para indicar la naturaleza divina. Y todavía más propio es el nombre Tetragrammaton que se da para indicar la misma sustancia incomunicable o, si se puede decir así, singular, de Dios.
2. El nombre bueno es el principal nombre de Dios en cuanto causa, sin embargo, no en sentido absoluto, pues en sentido absoluto el ser es entendido como anterior a la causa.
3. No es necesario que todos los nombres divinos conlleven relación a las criaturas; basta con que sean dados partiendo de algunas perfecciones que, provenientes de Dios, están en las criaturas. Y entre todas las perfecciones, la primera, de la que se toma el nombre El que es, es el mismo ser.