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Wednesday, February 4, 2009

El Miedo

Hace un par de décadas, el papa de entonces, Juan Pablo II, en histórica visita a Polonia, le pidió al pueblo polaco, frente a la opresión comunista, el no tener miedo y fue siguiendo este pedido que el pueblo
de Polonia hizo su marca en la historia una vez mas, siendo el baluarte de la liberación del mundo del yugo colectivista que había dominado el este de Europa por mas de seis décadas y de Polonia en particular, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Tener fe en Dios es perder el miedo y confiarnos a Él, a su divina providencia. No es ciegamente esperanzarse en que Él va a hacer todo lo que nosotros queremos o esperamos, sino que Su plan solo puede ir en nuestro beneficio y por tanto en Su infinita omnipotencia, debemos confiarnos plenamente a Él.
Nada es accidental sino que es producto de la creación por Dios Padre omnipotente y generoso. No existe consecuencia sin causa y Él es el principio y es el fin de todo. Nuestra vida no es sino un paso temporal para nuestra salvación, el cual lamentablemente en nuestra debilidad, persistimos en tratar de imponer nuestros designios sobre lo de Nuestro creador y es así como complicamos nuestra existencia. Eso no hace de nuestra vida un accidente sino mas la hace especial sobre el resto de la creación, no sobre nuestros semejantes, sino sobre el resto de las otras especias y recursos que comparten con nosotros el planeta.
Es importante por consiguiente el ser testigo de nuestra propia identidad frente a Dios, de nuestra propia individualidad y la dignidad que como criaturas especiales de Su predilección, así poseemos.
Predilectos porque Dios nos envío a su único hijo para entregarse por nosotros, para enseñarnos el camino de la salvación completamente desprendido de las pasiones y debilidades terrenales. Con el Espíritu Santo nos lleno de dones que ratifican esa condición especial y superior. Pese a nuestro debilidad en el pecado original, nos lleno esos dones que nos permiten apartarnos de el pecado y recuperar nuestra salvación y con la guía del Espíritu Santo y el cuerpo de Cristo en la Iglesia Católica nos equipa para vencer el mal dibujado en nuestra propia debilidad en la forma del egoísmo y arrogancia; en nuestro, orgullo, ira, gula, pereza, soberbia, lujuria y avaricia.
El mundo del siglo XXI, no es muy diferente de lo que el mundo ha sido a través de la historia. Las fuerzas del maligno, el cual es real y constantemente al asecho, en busca de la destrucción de tantas almas como sea posible; constantemente invaden los corazones de aquellos que se niegan a abrirlo a Dios y como parasito incontenibles carcomen el alma y la destruyen.
El momento histórico que vivimos sin embargo posee sus propias peculiaridades y estas están centradas en esa maldad que es el colectivismo.
El colectivismo predica la unión como vehiculo a fortalecer la voluntad de alguien que no es el individuo, pero vendiéndole a su vez al individuo, su propia destrucción detrás de su propio egoísmo, arrogancia y desprecio por sus semejantes, por esto es que impone la división recostada en mil excusas, raza, clase, color, genero, y cuanta inclinación se le presente como oportunidad.
El colectivismo pretende contar con la aprobación de las mayorías, mientras que impone la voluntad de unos cuantos elitistas autotitulados intelectualmente superiores.
El colectivismo depende de la negación de Dios como creador ya que requiere de un ser humano sumiso a sus exclusivos ideales y objetivos y no al bien común y la justicia social.
El colectivismo utiliza como argumento disuasivo la justicia social que rechaza ya que propone la anulación de la humanidad del ser para facilitar el ponerlo a su servicio y utilidad.
El colectivismo solo acepta la economía que favorece a sus elites escondidas tras una barrera de intelectualidad y de coeficientes intelectuales construidos a la medida de las circunstancias.
El colectivismo ha penetrado la educación desde lo mas fundamental para inculcar en niños y adolescentes la dependencia del sexo como juguete y de la indiferencia genética o genérica forzándolos a rechazar su propia naturaleza.
El colectivismo no acepta el fracaso de sus predicados y no se detiene ante nada para justificarse, incluido el ataque contra los mas inocentes, los bebes en gestación y los ancianos, haciéndolos culpables de la derrota de sus postulados.
La solución contra esta plaga de nuestros tiempos está en Dios y en nuestra fe para con Él y por consiguiente en nuestra fuerza individual para rechazar las tentaciones ofrecidas por el colectivismo.
La vida no está hecha de accidentes sin sentido ni razón. La vida ha sido creada por Dios respondiendo a Sus insondables designios y el plan que Él tiene para con cada uno de nosotros, sus hijos creados a su imagen y semejanza.
Es pues de primordial importancia el perder el miedo y abrazar la fe y abrirle a Dios nuestro corazón dejándolo ser el guía de nuestro destino. Dios nos tiene ya un camino trazado, si tan solo fuésemos capaces de mantener el rumbo y nos confiásemos a Él.