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Monday, August 10, 2009

¿Porque no nos dejan tranquilos?

Vivimos en paz, déjennos tranquilos, el sistema funciona y todos son o pueden ser felices…
¿Es esto realmente cierto?
La pregunta cae sobre todo lo que se asevera en esta frase. Si se vive realmente en paz, si estamos tranquilos, si el sistema está funcionando y por tanto, no se debe cambiar porque bajo este, todos pueden ser felices.

La paz depende de la verdad y la felicidad de no necesitar más que de Dios.
Vivir en la ilusión de que uno está en paz porque el dinero no falta, no es medida de paz o tranquilidad sino de abastecimiento propio, y algunas veces hasta exclusivo, casi en lo egoísta.
De hecho, si nuestra vida esta enfocada única y exclusivamente a lo que a nosotros nos compite completamente desestimando lo que a los demás atañe la única paz que alcanzamos es la ilusión de sentirnos así pero expuestos a lo que en otros representa una continua insatisfacción y sacrificio. Asimismo, nuestra percepción de felicidad estará ‘realizada’ simplemente en función a esa posesión de bienes materiales o de poder económico, pero sometido a la insistencia de mantener la susodicha versión de ser feliz que estamos, en aquel momento de tiempo y espacio, viviendo. La felicidad dentro de estos ‘parámetros’ no es pues ni podrá ser perecedera, como tampoco lo podrá así serlo la paz o mas bien la percepción de ambas.
El espíritu del ser humano es lo que nos lleva a vivir en esta forma, se nos dice, y se insiste que no hay nada que pueda cambiar esto y no hay nadie que lo pueda lograr.
Pero, hace dos mil años, esta aseveración se hizo falsa por la voluntad del único que lo puede todo, Dios nuestro Señor hecho hombre en Su Único Hijo Nuestro Señor Jesús, cuando nos trajo esa paz y esa felicidad verdaderas y perecederas y la cual está presentada en el evangelio iluminada por el Espíritu Santo.
Interesante resulta apreciar como el ser humano se torna reacio a siquiera pensar en la fe mientras pretende ser creyente en Dios, claro está, mientras sea conveniente hacerlo. En honor a la justicia, asimismo, claro está, no todos siguen esa ruta.
La verdad está en esa disensión o separación entre lo que es conveniente para nosotros y lo que es conveniente para el bien común. El primero excluye mientras que el segundo, incluye. Excluye el primero a todo lo que se aparta del ego o del yo como centro, del egoísmo de quererlo todo sin importar lo que al resto le afecta.
Incluye el segundo, a nuestro amado prójimo a quien estamos todos obligados a amar por mandamiento divino como condición natural de hijos de Dios y para gozar de la vida eterna.
Es esta divergencia la que desde un principio, desde la falta en el paraíso terrenal, nos condenara a morir y sufrir para lograr nuestra eterna salvación la que nos debe de proveer la llamada de atención hacia encontrar esa verdad que finalmente nos dará esa paz que anhelamos y nos permitirá ver la única senda hacia la felicidad que es la desposesión material para el bien común y la justicia social.
¿Es la propiedad privada nociva para el alma?
La propiedad es un principio protegido como manifestación de amor al prójimo, dentro del respeto que a esta nos debemos, como requisito indispensable para la salvación.
No codiciar los bienes ajenos, el noveno mandamiento, como parte de los siete que contienen el amor al prójimo, encuentra su balance en aquel otro que nos obliga a no robar.
La codicia y la lujuria son manifestaciones que nos empujan con la vanidad a querer surgir y ser notables apartándonos de la humildad y caracterizándonos en hacerlo todo en función a lo que nos da algo en vez de lo que podemos hacer en beneficio del prójimo.
El mantener nuestro hogar digno haciéndolo un lugar limpio y ordenado no impone el acaparamiento de riqueza o la ostentación sino por el contrario contribuye a la imposición de la verdad de esa humildad.
El capitalismo puede llegar a ser una idea tan nociva como el estatismo elitista especialmente si este niega a Dios y trabaja exclusivamente para el lucro. Se puede argumentar de que el capitalismo en si es por definición poner al capital al frente de nuestros objetivos, por lo que el enfoque debe tornarse a favor a la libertad de empresa y el mercado.
Cuando el único o primordial objetivo es el capital o mas claramente expuesto, la ganancia a obtenerse sin consideración del posible daño al bien común y a la justicia social, cuando la presencia de la verdad y el amor de Dios son removidos de esas miras, se la humanidad en igual o mayor medida que en el caso de aquel elitismo estatal o colectivismo elitista, se pierde el concepto en el egoísmo.
La libertad de mercado y de empresa, sin interferencia estatal y sin regulación incompetente, permite estar mas cercanamente al bien común y a la justicia social ya que dentro de la libertad de la gente para elegir los productos y servicios así como sus proveedores, estará la elección de los productos y servicios así como proveedores, preferidos por el individuo a través de una mayoría invisible contra una mayoría visible pero dentro de un elitismo disfrazado para la conveniencia del estado o de las corporaciones acercándose al estado para gozar de su simpatía.
La situación actual, agobiada por la legislación impertinente e incompetente alimentada por un sentimiento sembrado por las elites para distorsionar el verdadero valor del mercado y la empresa, protegiendo a sus servidores en vez de a sus constituyentes tras de esa cortina llamada socialización; el único servicio que presta es a la satisfacción del ego y del yo de los políticos, alentando mas cada vez su corrupción.