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Wednesday, September 16, 2009

El Camino

En nuestro divagar por el curso de nuestra existencia en la Tierra, nos mantenemos en casi permanente distracción enfocados a lo que es perceptible o que parece ser perceptible a nuestros sentidos
y de esta forma optamos por seguir lo que mas brilla o resplandece y lo que nos impresiona y exalta es lo que en apariencia, es lo que posee un valor nominal mas fuerte.
La realidad sin embargo nos elude, resultado de nuestra propia decisión ya que tendemos a no ver mas allá de lo que nuestros sentidos nos dejan percibir.

A través de la historia hemos encontrado reinos magníficos y poderosos imperios que surgen desde la nada debido a una variedad de motivos y circunstancias para luego terminar sucumbiendo a sus propios excesos y consecuentemente desapareciendo detrás de ellos.
Lo perdurable sin embargo es la verdad absoluta y la necesidad de seguir la condición natural del ser humano quien desde nuestra creación hemos sido dotados con dones específicos y virtudes extraordinarias.
La indispensable conexión que impera con nuestro creador así como la imperativa necesidad de existir socialmente nos caracteriza en forma muy especial frente al resto de los habitantes del planeta y en el contexto universal, nos hace no solo residentes sino asimismo custodios de nuestro mundo.
En nuestro divagar a través del tiempo es importante no perder el curso y mantener la realidad del objetivo final que es la eternidad al lado de nuestro creador y único Dios.

El poder de nuestras acciones y decisiones radica exclusivamente en lo que atañe a Dios y a nuestro prójimo.
Nada de lo que hagamos u optemos por hacer va a ser de trascendental influencia en el resultado final a la hora de nuestra muerte fuera de lo que está en función a nuestro creador y a nuestro prójimo. Por el contrario, el poner de lado a nuestro creador destruye el vínculo indispensable para alcanzar la gloria eterna.
Nada es importante y nada tiene mayor prioridad que la fundamental relación entre cada uno de nosotros como individuos y nuestro padre y creador, el único Dios vivo.
El camino pues está estupendamente demarcado y si bien es nuestra libertad, don de Dios, la que escoge y determina su curso, es la verdad la que lo hace fructífero y ese fruto es el amor.
Poco podemos ufanarnos de ser, si nuestra existencia se torna dependiente de cualquier distracción en el trayecto, sea esto ambiciones materiales o exaltaciones de nuestros sentidos. Las tentaciones se nos presentan como atractivos deleites a nuestros sentidos y estará en nosotros el responder a ellas con la fortaleza de nuestra convicción.
En el transcurso de nuestras vidas, y a consecuencia de los constantes rompimientos de aquellos que se han dejado distraer a las tentaciones de los sentidos, generaciones tras generaciones se han modelado en lo equivocado, lo ilusorio y por tanto el rumbo equivocado.
El asunto no es nuevo y tampoco es diverso en su esencia puesto que el resultado es el mismo y es el alejamiento de la verdad y el amor y por tal de la salvación.
El único Dios verdadero se hace evidente en su infinita bondad y misericordia hacia nosotros, y por tanto siempre nos busca, pese a que en muchos casos nosotros le cerramos las puertas impidiéndole iluminarnos con su luz. Esto es opuesto a la condición de aquellos que en su arrogancia pretenden buscar a un dios servil a sus propósitos o en pocas palabras, constituirse en Su guía en vez de permitirle ser Él el guía.
Para poder seguir la luz de su verdad es imprescindible el ser uno mismo y no entregarse a esas mencionadas distracciones que hacen del individuo un sirviente a sus sentidos. Cuando el individuo, rinde el control de sus sentidos a las tentaciones y a lo que tan graciosamente se nos ofrece como reemplazo de Dios y su luz de verdad y amor, el individuo pierde su identidad y con esta, su dignidad y en esencia, su humanidad.
La verdad es el único camino hacia la meta definitiva de la salvación y la eternidad y la fuerza que nos mueve sobre ese camino es el amor.