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Wednesday, October 28, 2009

Delegando amor

En el mundo globalizado de hoy, consecuencia del desarrollo de las comunicaciones y por tanto, de la agilidad en las transacciones de todo tipo; nuestras vidas encuentran aparentemente, menos retos, pero la realidad nos muestra que los pocos retos por no ser muchos, las consecuencias de nuestras decisiones nos son aun mas peligrosas.
La humanidad es la única especie en la creación con la capacidad de amar intrínsecamente incluida como parte de su ser. Ninguna otra especie, por muy manipulada sea su capacidad de producir efectos similares a lo que se pueda interpretar como manifestaciones de amor; nunca pasaran de ser mas que un producto de su instinto o de algo que su ser, incomprensiblemente demanda de este.

El amar como un acto de entrega el cual consiste exclusivamente en el acto de dar sin esperar retribución o recompensa alguna y menos aun ganancia, dentro de nuestra naturaleza social, nos invita a mantener un balance en nuestro grupo social, cualquiera que este sea, desde el núcleo mas fundamental, identificado en el matrimonio y la familia, hasta el mas amplio contexto nacional, velando por nuestros semejantes, promoviendo el bien común y la justicia social en el contexto que solo Cristo pudo describir; amando a Dios sobre todo y para todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Lo importante de notar está en que el amor parte desde el individuo y hacia sus más próximos y así sucesivamente hacia el resto de la humanidad.
La idea pues de presentar al estado o sistema como un elemento capaz de amar por nosotros, de proveer lo que de otra manera a nosotros nos impediría debido a distraer nuestro tiempo amando a nuestros semejantes en vez de concentrarnos en… darnos a nosotros mismos, pues precisamente conlleva con esa cruda claridad a precisamente eso, el desarrollo y prevalencia del ego, el yo, lo mío, o mas claramente el egoísmo.

El bien común y la justicia social son relegadas a lo que la masa burocrática del estado pueda o quiera ofrecer, selectivamente. La individualidad se convierte en individualismo, la identidad se diluye en un concepto abstracto e indescriptible llamado socialismo y la dignidad del ser humano se destruye perdida en lo que es conveniente para el estado… el amor termina siendo delegado a otros intereses ajenos a los de Dios.
Claramente, existe una discrepancia mayor entre el cristianismo y lo que se entiende como socialismo o meramente colectivismo para darle un termino mas general; colectivismo, y mas allá de una discrepancia es una oposición diametral a todo lo que esa función socializadora implica.
El bien común y la justicia social han sido transformados en la mentalidad colectivista como un monopolio de esta y peor aun, como un sinónimo de esa lucha de su concepción y en la cual se clasifica al ser humano en base a su destino mientras que se predica su igualdad. Sin embargo la justicia social y el bien común solo son genuinamente posibles mientras Dios esté presente al centro de nuestras vidas.
El bien común ha sido desde el principio mantenido por la familia estructurada desde el matrimonio, desde la única forma concebible de este que es la unión de un hombre y una mujer ante Dios para la procreación, entregándose el uno al otro en complemento de acuerdo a la naturaleza individual de ambos conyugues.
La justicia social ha sido siempre promovida por Dios, a través del tiempo asimismo desde el principio, en la revelación y en sus profetas, tal cual ha sido registrado en la Biblia y culminando con la palabra de verdad y amor traída por su Único Hijo Jesús, Dios verdadero hecho hombre en la encarnación y luego mantenida por su Iglesia, única, santa y apostólica.
No es pues prerrogativa del estado ni de ningún ‘sistema’ el de cautelar por lo que Dios tan bien ha construido.
El colectivismo y el materialismo, pretenden asumir estas prerrogativas, insolentemente tratando de eliminar a Dios, removiéndolo como algo imaginario e irreal, mientras que arduamente laboran en la destrucción del matrimonio, la familia y el individuo, de su dignidad e identidad.
El colectivismo asume así de esta manera el amor en su absurda identificación como simplemente la unión carnal de cualesquiera con cualesquiera, mientras que aquel amor que nos impulsa a dar sin esperar recibir, es negado como algo nocivo, peligroso para las aspiraciones del individuo como tal ya que le niega el placer y el egoísmo de ser solo uno.
El ser humano es el creador del sistema, es el promotor y gestor de cualquier nivel de gobierno y es el que les otorga la capacidad a otros individuos para capturar la pureza de la verdad y el amor convirtiendo la libertad en algo no relativo al amor por nuestro prójimo, sino a la satisfacción de las elites.
Es pues el ser humano, en defensa de su naturaleza y por su salvación, quien está llamado a poner fin a ese absurdo que trata de usurpar de Dios su omnipotencia, como si eso fuese siquiera imaginable, es el ser humano el que está llamado a corregir el rumbo y eliminar esa falaz idea de colectivismo, antisocial y esclavizante, solo el ser humano en uso de su libertad; puede detener esa delegación del amor hacia elites solo interesadas en sus propios egos, y su exclusivo usufructo.
La pugna no es entre al socialismo y el capitalismo ya que el primero, potencialmente incluye al segundo, dependiendo de lo que el ser humano entienda por el concepto del capital, sea este orientado a la satisfacción propia o al servicio de la humanidad y esa es precisa y únicamente lo que es materia de selección.
La elección es simplemente sobre la capacidad de amar individualmente contra permitir que esa capacidad sea usurpada por el sistema.