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Sunday, November 29, 2009

La ley y el poder

¿Es lícito para un miembro del aparato legislativo el conducir su propio negocio?
Los poderes del estado acuciosa y vigilantemente, muy especialmente el poder de la prensa, cuida celosamente y agitadamente denuncia si encuentra algún miembro de la legislatura, sea este congreso, senado, asamblea, etc.; envuelto en dedicarse a sus propios intereses, usufructuando la posición, el puesto, que el pueblo le ha confiado.

Sin embargo el pretender o esperar del representante inmaculado comportamiento, requiere el compromiso de otorgar a estos señores cierto sentido de perpetuidad, sea forzando el que perpetuamente se le elija para el puesto, o mediante la justificación de jugosas pensiones a perpetuidad. Ni el uno ni el otro, garantiza ni remotamente la solvencia moral del representante a no hacerse cargo de sus negocios durante, o después de su mandato, cuando este, en la forma mas licita, podrá recoger los frutos de su labor en beneficio de si mismo.
El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Cual forma de poder a perpetuidad, se torna en dictadura y tiranía y es la antitesis de la libertad y de la democracia como expresión de esa libertad. La democracia es el gobierno del individuo que es el pueblo y no lo es el gobierno de mayorías y mucho menos de minorías, como no lo es asimismo la imposición de igualdad entre las personas.
La democracia debe de garantizar la igualdad de los individuos frente a la ley, lo que impulsa la idea de que la ley debe de ser simple y apropiada para que todos se beneficien por igual de esta. Cuando la ley se torna compleja en función a su vocabulario o longitud, esta misma se termina perdiendo y abandonando su premisa de proveer igualdad.

La ley de Dios es clara y concisa y solo requiere de sino diez mandamientos y mas aun, Jesús la comprime aun mas, en solo dos; el amar a Dios sobre todas las cosas y sobre todo y al prójimo como a uno mismo.
La ley no existe para otorgar poder a reyes, gobernantes o elites, sino mas bien para garantizar a todos los seres humanos el vivir bajo un mismo rey, Dios, permitiéndonos conocer nuestras limitaciones y proveyéndonos del camino a la salvación.
Desde la creación, nuestro único mandato es el de crecer y multiplicarnos y esa es la receta divina de la felicidad. Unidos por los lazos del amor y la fe podemos de esta forma vivir en la esperanza de alcanzar al fin de nuestros días de algo muchísimo mejor que lo que la vida nos ofrece.
La razón de constituirnos socialmente no es la de colectivizar nuestras vidas sino mas bien de ser individuos en ellas, con individualidad e identidad propia y distinta. El colectivizar nuestras vidas nos niega la habilidad de ser y nos impide identidad alguna.
La sociedad solo puede ser justa cuando el bien común esta interpretado como el respeto a la dignidad de sus miembros y de la humanidad en pleno, como miembros de la comunidad humana.
El rechazo al colectivismo no implica el aceptar el egoísmo o centrismo sino que pone en las manos del individuo el poder de orientar su vida al bien común sin esclavizarse a manos de otros en base a ofertas de vida plena y de una felicidad construida en base a bienes materiales y hedonismo.
La felicidad es el necesitar menos y no el tener mas. La verdadera riqueza radica en las relaciones humanas y encima de estas, la relación que mantenemos con Dios, nuestro creador.
El progreso no es sinónimo de prosperidad, ya que el primero todo lo que implica es movimiento, el cual no necesariamente va en función al bien común o la justicia social, sino que muy por el contrario, puede llevar al dominio  de individuos sobre otros individuos y la supresión de la dignidad de muchos.
La prosperidad sin embargo, implica mejora y poco de ella puede existir si la condición de esta es el que a otros se les niegue o se les obstruya la habilidad de prosperar. La prosperidad pues nace desde el núcleo mas fundamental de la sociedad que es la familia que a su vez es donde nace el individuo por exclusivo poder divino.
La política no es exclusiva a la actividad de los gobernantes sino a la participación de cada uno de los seres humanos dentro de sus ámbitos e incumbencias, es la responsabilidad del individuo para la protección de la familia como el cimiento de la sociedad.



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