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Sunday, November 29, 2009

El bien común

Comúnmente se describe al bien común como algo asociado a una anarquía extrema, que se presenta por un lado como una expresión presentando cierta justificación a la interferencia del sistema y por el otro en una idea de omnipotencia sobre la gente quien es típicamente tachada como mediocre, incapaces de decidir sobre sus propios intereses, menesteres y circunstancias.

Sin embargo, el bien común es un mandato divino que todos como individuos tenemos como mira y hacia lo cual tenemos que trabajar. Es lo que define la relación entre ciencia y razón, porque una ciencia donde el único objeto es el de satisfacer el ego o a uno mismo es lo que desafía la razón y la anula, ignorando su misma esencia y principio.
El bien común solo puede nacer del individuo y la familia para luego proyectarse hacia la sociedad. Exige la fiel, leal y comprometida, participación del individuo ya que es una expresión de nuestra relación individual con Dios nuestro creador.
El bien común partiendo del aspecto político, desde la sociedad al individuo, sin su claro y explicito consentimiento, niega la individualidad y la identidad de la persona humana, así como su dignidad, reduciéndolo a una subclase, inferior aun a aquella de los mismos animales ya que ignora la capacidad pensante con la que todos hemos sido creados.
El bien común es una manifestación explicita de amor y amar, solo se concibe cuando es el individuo el que da.
Cualquier falaz concepto que acepta así sea parcialmente, el bien común como algo que el sistema puede ofrecer como una imposición legal, puede que sea producto de la buena intención de algunos a favor de otros, pero el solo hecho de ser una imposición denuncia su legalidad.
Solo Dios conoce la justicia perfecta y el ser humano solo puede ajustarse a lo que Él nos ha revelado y lo cual esta clara y concisamente detallado en los Diez Mandamientos de la Ley o como lo resumiera Jesucristo, en dos, el amar a Dios encima de todo y primero, y al prójimo como a nosotros mismos.
La ley no puede ser utilizada como vehiculo de imposición sino como una garantía de libertad y de protección as la vida.
Imponiendo beneficios a unos en detrimento de las libertades de otros, no es una función incluida en la ley de Dios y por tanto va contra la naturaleza humana.
Está pues en la obligación innata del individuo el de rechazar estas imposiciones presentadas como virtud del bien común, mas que como precaución, como una reacción llevada a la supervivencia de la naturaleza humana.
La misma institución del gobierno debe de remitirse a establecer protección para la vida humana desde su concepción y hasta su muerte natural, por siempre extendiendo esa protección a la dignidad de su cuerpo. Asimismo y como parte de la misma premisa, debe remitirse a cautelar las libertades del individuo, dones de Dios y solo por Él y para nuestra felicidad.

El cautelar las libertades de uno no puede ser motivo para impedir las de otro, excepto cuando estas invadan las de otros.
Este solo principio debe de ser suficiente para limitar las funciones de cualquier sistema de gobierno a velar exclusivamente por el bien común desde el individuo y con este la justicia social.
El involucrar a los poderes del estado con miras a pretender imponer el bien común desde el sistema y hacia el individuo, lo único que consigue es el impulsar el crecimiento del aparato gubernamental en una espiral descontrolada la cual sin lugar a dudas, absorberá y seguirá absorbiendo la vida individual de la persona humana, negándole su dignidad, identidad e individualidad en el pretexto de estar proveyendo ‘justicia social’.
La corrupción del individuo es real y palpable y el otorgarle a cualquier individuo o grupo de individuos el poder sobre el pueblo para constituirse en elites, monopolios de control, solo puede resultar en tiranía y despotismo y una corrupción generalizada.
El bien común y la justicia social son necesidades impuestas por nuestra condición individual ante Dios, nuestro supremo creador. La necesidad de organizarnos, sea en tribus o reinos o desde luego municipalidades, provincias o estados, solo puede venir de Dios debido a nuestra premisa de cautelar por ellos pero partiendo desde el individuo.
No hay, nunca ha habido ni nunca habrá, justicia social mientras que al individuo se le niegue la dignidad e identidad frente a Dios.
La sociedad empieza desde el matrimonio y la familia y gobiernos, municipios y cualquier otra forma de agrupación política no es sino una consecuencia de las expectativas del pueblo desde la familia y el individuo de administrar el bien común, el cual toma forma en la protección de la vida y la libertad.
Sin la garantizada protección por la vida y la libertad, la función de gobierno cesa de tener razón de ser y no tiene substitutos.


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