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Wednesday, March 3, 2010

Nuestros terribles tiempos

Es una práctica muy frecuente la de presumir el estar viviendo en los peores tiempos y momentos, en la peor época, como si el mundo estuviese recién comenzando a serlo, como si en otros tiempos, no se hubiese padecido otras y hasta las mismas calamidades.
El mundo es, ha sido y seguirá hasta el fin de la historia; el mundo, lleno de tentaciones, distracciones, vicios, calamidades, desastres, de origen natural o de manufactura humana.
Desde el principio, desde cuando el primer ser humano fue creado, desde el tiempo de Adán y Eva; el mundo que se les puso a su disposición fue drásticamente cambiado debido al egoísmo del ser humano. Un mundo se creó para ejercer nuestra libertad y nosotros hicimos mal uso de ella. La tentación se hizo patente y fue nuestra pobre y débil decisión la que nos llevó al abismo, debido a nuestra ansiedad por tenerlo todo, de saberlo todo para controlarlo todo.
Muchos siglos han transcurrido y se ha perdido el rastro de la historia sobre cuando en el tiempo todo comenzó. Pero los momentos en el tiempo al alcance de nuestra memoria nos enseña que el egoísmo humano, es, ha sido y siempre será, el vehiculo de nuestra destrucción.

La naturaleza con que Dios nos creó, es de carácter social. Esta fue la necesidad inicial para la creación de Eva, unida simbólicamente a Adán al provenir quizás simbólicamente, de su costilla, constituyendo compañeros el uno de la otra y la una del otro con el mandamiento divino de crecer y multiplicarse. Nuestro carácter social radica en la virtud de amar a nuestros semejantes, de darnos por entero a otros sin esperar recompensa o retribución.
Nuestro carácter social nos empuja a amar, lo cual es asimismo parte de nuestra naturaleza. Por consiguiente, somos sociables porque estamos condicionados a amar. No, no somos sociales porque nos parecemos a los lobos o porque nos parecemos a los venados o carneros, ni abejas ni hormigas, sino porque estamos dispuestos a dar a nuestros semejantes, desde la familia hacia el grupo social con el que habitamos.
Nuestra condición de humanos está comprometida con amar a nuestros semejantes, lo que nos enaltece y lo cual proviene de la dignidad con la que hemos sido creados por Dios.
Nuestra condición animal, sin embargo, nos aparta de ella al pretender ponernos en un plano estrictamente impulsado por instintos, presionándonos a obrar exclusivamente en función a nuestro propio provecho y beneficio sino placer con lo que el demonio reviste las tentaciones. Pretendemos asumir control sobre nuestras vidas, renunciando a controlar nuestro comportamiento.
El mundo actual nos está presentando un reto magnifico, por su tamaño, ya que la persona humana, en su afán por superar su condición natural, ha optado por reducirse a su condición animal, doblegándose a lo que sus instintos le piden, que es lo que se observa en el comportamiento de tantas especies que con nosotros, habitan el planeta. El amor es redefinido como el acto sexual y la institución matrimonial se le trata de destruir como uniones entre lo que sea o los que sean.
Nuestra condición humana exige la presencia de Dios en nuestras vidas, en una estrechísima relación ya que, como se reitera, es la que nos condiciona a ser lo que somos; criaturas superiores creados a la imagen y semejanza de Dios.
Dios nos ha creado con dones y virtudes específicos que ratifican esa condición humana. Las virtudes teologales; la Fe, la Esperanza y la Caridad nos oponen al miedo, la desesperación y el egoísmo, enfrentándonos a estas debilidades.
Los dones del Espíritu Santo; el conocimiento, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios; nos condicionan naturalmente a discernir y tomar la verdad como absoluta, su única forma aceptable.
El desarrollo de la ciencia es fundamental para la manutención del crecimiento y la prosperidad de los seres humanos, de la sociedad humana.
Lamentablemente, el egoísmo de ciertas personas, encuentra oportunidades en estas para aprovecharse de la ella para transformarla en un vehículo de lucro y de dominio hacia los demás, ofreciéndonos el mismo tipo de engaño que nos relata el Génesis, haciéndonos creer ser superiores a Dios simplemente porque el don de ciencia nos permite, debido a nuestra propia elección, de hacer el mal en vez de servir al bien común.
La respuesta a como combatir las arremetidas de la historia y resistir a las tentaciones del mundo, está en nuestra individualidad y la relación hecha posible con Dios a través de ella, Porque es desde el individuo que nace por su relación con Dios, la justicia y el bien común. Es el haber abandonado a Dios lo que hace de todos los tiempos calamitosos. Es el individuo pues el que debe de responder con fe, esperanza y amor, particularmente, amor.
Debemos pues rechazar la tentación de hacer del colectivismo nuestro opresor. La unión hace la fuerza cuando la libertad es patrimonio de todos y solo es relativa a lo que Dios nos manda, no a lo que los seres humanos deciden para cubrir sus responsabilidades.